Biografía de Abraham Abulafia



Se conocería realmente poco de las tradiciones cabalísticas antiguas si no fuera por los escritos y enseñanzas de Rabí Abraham Abulafia, escritos que parecen trascender el tiempo, en donde se mezclan sabiduría y profecía. Las enseñanzas de Abraham Abulafia constituyen una base muy importante para grandes maestros cabalistas posteriores al siglo 13 de la era común, como lo son Rabí Moshé Cordovero y Rabí Jayim Vital, entre otros. Rabí Jayim Vital escribe en Shaaré Kedushá (Las Puertas de la Santidad) que “los métodos de Abulafia son técnicas para la meditación, métodos extremadamente avanzados”. Y es bien sabido que tales métodos con el tiempo fueron una parte importante del programa de algunas escuelas secretas. Dichas técnicas avanzadas las podemos encontrar en otro libro de Abulafia llamado Vida del Mundo Futuro (Jayé Olam ha-Ba), el cual se compone de una serie de círculos rellenos de letras hebreas y Nombres sagrados y es un estudio complejo acerca del Nombre de Setenta y Dos. Pocas personas llegaron a comprender la grandeza de dicho libro debido a las técnicas de Tzeruf que Abulafia aplica a las palabras. Y es que ciertamente, muchas de esas palabras a primera vista parecerían sin sentido (sucede lo mismo en el Sefer ha Ot, El Libro del Signo). Pero como analizamos en nuestro estudio de Los Secretos De Las Enseñanzas De Abraham Abulafia (de venta en amazon), él nos expone las cinco técnicas del Sefer Yetziráh para alcanzar las Cincuenta Puertas de la Sabiduría, y con ello llegar a comprender el legado de sus libros.

Respecto a estas técnicas empleadas por Abulafia, nos cuenta Rabí Aryeh Kaplan: Abulafia encuentra una sugerencia para esto en el versículo “el camino de Dios es perfecto (tamim), la palabra de Dios es permutada (tserufa)” (Salmos, 18:31). Mientras la palabra tserufa (צְרוּפָה) en este versículo normalmente es interpretada como “refinada” o “purificada”, Abulafia la usó en el sentido del Sefer Yetziráh donde significa “mezclada” o “permutada”. Esto también es mostrado por la palabra tamim (תָּמִים) que indica una experiencia espiritual y un estado de iluminación. Abulafia declara que la permutación de las letras sirve como una prueba y una “refinación” para el iniciado. Él dice: “Por la manera con que un individuo permuta las letras, la persona puede conocer la naturaleza de su yo más íntimo”.

Abraham Abulafia, como persona, denota a un individuo sincero, cuyos actos son siempre en honor del Creador. Acerca de la vida de Abulafia nos escribe Aryeh Kaplan lo siguiente: “Él nació en 1240 e.c. Esto no parece muy significativo hasta percibir que, en el calendario hebreo —que se remonta al nacimiento de Adám— este era el año 5000, literalmente el comienzo de un nuevo milenio. Abulafia estaba muy atento a esta distinción y, en varios lugares, cita esto como prueba de que él fuera destinado para una misión especial”.

Entre los grandes textos que más influyeron en la vida y obra de Abulafia están el Sefer ha Bahir (El Libro de la Claridad), el Sefer Yetziráh (El Libro de la Formación) y la Guía de los Perplejos. Su maestro en el Sefer Yetziráh fue el Rabino Baruk Torgami, autor de un importante libro llamado Maftejot Hakabalá (Las Llaves de la Cabalá), quien parecía venir de una tradición cabalística preservada sin interrupciones desde por lo menos mil años atrás.

La vida de Abulafia transcurre entre Zaragoza y Navarra en España, luego viaja por Barcelona, Sicilia, Messina (a la que llamó mi-Sinaí, ya que son las mismas letras), Aco (en Tierra Santa), Grecia, Roma y finalmente en la isla de Comino, cerca de Malta.

Para conocer más acerca de este gran maestro de Kabbalah nada mejor que sus propias palabras en el siguiente relato autobiográfico de su libro titulado Otsar Eden haganuz (Tesoro del Edén Escondido).

Él dice:

“Yo, [Abraham Abulafia], el individuo mencionado en la introducción, nací en Zaragoza, en Aragón, que está en el reino de España. Antes de ser destetado, mientras todavía era un bebé amamantado por los pechos de mi madre, mudé juntamente con mis hermanos y hermanas hacia Navarra, dieciséis parasangas (cerca de 70 Km) de la ciudad de donde nací. Así, yo crecí junto al río Ebro, que atraviesa ambas ciudades.

 

Comencé a leer la Biblia con sus comentarios, y también aprendí gramática hebrea, completando todos los veinticuatro libros [de la Biblia] bajo la tutela de mi padre, de bendita memoria. Y fue con él que también aprendí la Mishná y el Talmud, y la mayoría de mi aprendizaje fue bajo su instrucción.

 

Yo tenía dieciocho años cuando él murió. Permanecí en la tierra de mi nacimiento durante dos años después de que mi padre falleció. A la edad de veinte años, el Espíritu de Dios me conmovió, y yo partí, yendo directamente a la Tierra de Israel a través del mar y a través de la tierra. Mi intención era alcanzar la tierra de Sambation, aunque no fui más allá de Aco. Por causa de un conflicto entre Ismael (los árabes) y Esaú (los cruzados), fui forzado a huir. Partí [de Tierra Santa] y regresé [a Europa] a través de la Grecia. Mientras cruzaba [Grecia] me casé. Dios me despertó entonces, y llevándome a mi esposa, partí hacia las “aguas de deseo”, donde podría estudiar la Torá. Lo que encontré en Capua, a cinco días de viaje de Roma. Y fue ahí que yo encontré a un eminente sabio, filósofo y maestro, el médico llamado por el nombre de Rabino Hilel. Nos hicimos amigos y con él aprendí filosofía, la cual hallé muy agradable. Explorando esta disciplina con toda mi fuerza, persistí en esto día y noche. No estuve satisfecho hasta haber repasado muchas veces toda la Guía de los Perplejos.

 

En Capua hice también cuatro discípulos a los cuales enseñé ocasionalmente. Sin embargo, ellos eran hombres jóvenes, insensatos, y cuando se desviaron a malos caminos, yo los abandoné. Hubo otros diez discípulos, aunque estos también no se beneficiaron, y ellos perdieron ambos caminos, el primero y el segundo [los caminos de la filosofía y de la Kabbalah].

 

En Agropoli tuve cuatro discípulos, pero estos también no se beneficiaron de mis enseñanzas. Ellos tenían ideas muy extrañas, especialmente en lo tocante a las profundidades de la sabiduría y los misterios de la Torá. No encontré a nadie que fuese merecedor, al cual yo debiese dar incluso las sugerencias más simplificadas de la verdad.

 

En Roma, había dos hombres ya ancianos, el Rabino Tsadakia y el Rabino Yeshia, que entraron en mi concepto. Con estos yo tuve un poco de logro, pero ellos eran muy ancianos y murieron.

 

En Barcelona, tuve dos discípulos. Uno, cuyo nombre era Rabino Kalonymus, de bendita memoria, era un hombre anciano y bastante importante. El otro era un hombre soltero, brillante, un eminente sabio, y uno de los líderes de la comunidad, el Rabino Yauda, también llamado Solomon.

 

En Burgos enseñé a dos hombres, un maestro y su discípulo. El nombre del maestro era Rabino Moshé Sifno. El discípulo era el Rabino Shem Tov, un hombre joven, agradable, mas su mocedad le impidió dominar el asunto. Él y su maestro sólo aprendieron conmigo algunos puntos externos de Kabbalah.

 

En Medinaceli tuve dos discípulos. Uno fue Samuel el Profeta, a quien enseñé algo de Kabbalah. El otro fue el Rabino Yosef Gikatilla, ¡Que Dios te siga guiando! Él tiene una gran inteligencia e indudablemente tendrá mucho éxito si Dios está con él.

 

Estoy ahora en Messina, que es “de Sinaí” (Mi-Sinaí). Aquí encontré seis hombres, y también traje a un séptimo conmigo. Estos aprendieron de mí durante un tiempo muy corto, cada uno llevó lo que pudo, unos mucho y otros poco. Todos ellos eventualmente me dejaron, con excepción de uno. Él era el líder, y trajo a todos los otros para que aprendieran conmigo. El nombre de este discípulo es Rabino Saadia Yitzhak Sanalmapi. Él fue seguido por el Rabino Abraham ben Shalom, y posteriormente por el hijo de este último, Yaakob, y luego por su amigo, Yitzhak. Estos fueron seguidos por otros conocidos, hasta que tuve tres discípulos en un buen nivel y cuatro en un nivel más bajo. El séptimo discípulo fue Natronai el francés, de bendita memoria, pero, por las más variadas razones, él luego nos dejó. Él fue aquel que impidió a los otros aprender lo que ellos pudiesen. Y fue aquí que acontecieron algunas cosas deseadas, algunos eventos normales, algunos accidentes y algunas cosas que tuvieron que acontecer.

 

Cuando yo tenía treinta y un años, en Barcelona, Dios me despertó de mi sueño y aprendí el Sefer Yetziráh con sus comentarios. La mano de Dios estaba sobre mí, y yo escribí libros de sabiduría y también algunos libros proféticos maravillosos. Mi alma despertó dentro de mí y el espíritu de Dios tocó mi boca. Un espíritu de santidad tembló a través de mí y tuve muchas visiones espantosas y maravillosas, por señales y milagros. Pero, al mismo tiempo, espíritus de celos se reunieron a mi alrededor, y fui confrontado con la fantasía y el error. Mi mente estaba totalmente confusa, ya que no pude encontrar a nadie como yo, que me enseñara el camino correcto. Yo estaba entonces como un hombre ciego, mirando “la oscuridad al mediodía”. Durante quince años, el Satán estuvo a mi mano derecha para engañarme. Todo ese tiempo, yo casi enloquecí con lo que mis ojos vieron. Pero me pude mantener en la Torá, y sellé una segunda maldición durante quince años, hasta que Dios me concedió sabiduría y orientación. Dios estuvo conmigo del año 1 (5001=1241 e.c.) hasta el año 45 (5045=1285 e.c.), protegiéndome de todo infortunio.

 

Al comienzo del año Eliyá (Eliyá, אֶלְיָה = 46, o sea 5046, o final de 1285 e.c.), Dios tuvo clemencia de mí y me trajo al Palacio Sagrado. En ese momento completé este libro (Otsar Éden Haganuz) que fue escrito aquí en Messina. Fue escrito para el citado Saadia, el primero de los siete mencionados previamente. Viendo el afecto con que él se apegó a mí [escribí esto para él] de forma que se acordase de lo que aprendió de mí, pues su olvido es excesivo. Cuando él tenga esto, sé que también ayudará a sus compañeros arriba mencionados, ya que es muy probable que ellos también aprendan de esto.

 

Percibo que, si no fuese debido a los varios “accidentes” y fantasías, ellos nunca me habrían dejado [se refiere a las calumnias y ataques que recibió por parte de otros rabinos]. Las fantasías que los hicieron alejarse y mantenerse lejos de mí son precisamente las que yo tuve una vez. Dios me ayudó a estar firme y a resistir las tentaciones, iluminando mi corazón, ya que por causa de ellas miraba mi boca y lengua. Impedí a mis labios de hablar y a mi corazón de pensar, y retorné al lugar apropiado.

 

Continué manteniendo la alianza, reconociendo y percibiendo lo que estaba ahora escondido para mí. Y yo alabo el Nombre de Dios, mi Dios y Dios de mi padre, que no retiró su amor y verdad durante todo este tiempo”.

Abraham Abulafia.



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